lunes, 6 de febrero de 2012

LA ÚLTIMA CENA

LA ÚLTIMA CENA

Todos los días despierto con la inquietud que genera la vida, con las dudas que me dejo el ayer, me levanto confuso y con rabia sin saber a quién o a que echarle la culpa por mi despertar, si al sol, si a Dios, a la incomodidad o a la simple rutina, porque me separan de mi comatosa comodidad, de ese fabuloso mundo blando sin sueños, sin vida y sin recuerdos al que me entrego en cada momento que tengo la oportunidad, no entienden que mi papel en este plano ya fue actuado y las carcajadas que debí provocar con mi paso por la vida han deshecho mis tímpanos con su estridencia.

Cuantas veces he repetido este ritual, cuantas más habré de hacerlo, para satisfacer el capricho del universo, donde está el objetivo o beneficio tras mi existencia  si el mismo aire o alimento que que consumo y luego desecho hallaría más provecho en esos rostro y cuerpos demacrados al otro lado del mundo que solo son usados como modelos casi inertes de las situaciones más precarias e inhumanas. En qué momento gane el sorteo celestial para ser depositado en un lugar lleno de las comodidades que a ellos les niega el entorno, si mis ojos no revelan el deseo por aferrarse a la vida y callo voluntariamente los gritos desesperados por ayuda que ellos por culpa de la hambruna y barreras del idioma no pueden emitir.

Y así con ese desprecio a mi existencia y la acides que me causa mi propia repugnancia procedo a alimentarme y me sirvo generosas porciones  del sustento diario, con derecho a repetir, pues en la soledad no hay con quien compartirlo.

Ingiero, como, trago para llenarme de alimentos y bebidas saturadas en dulce o en grasa, manjares que me ofrecen sabores tan hostigantes y diversos que rozan las fronteras entre el placer y el asco. Todo lo que han tocado mis labios ha encontrado un trágico destino, pudrirse en mi interior o impregnarse de mi amargura entregarse a otra fuente para borrar la sensación.

Soy consciente, en poco tiempo no lograse que la grasa sature mis venas o que el dulce invada mi cuerpo y alenté mis funciones. No tengo el tiempo ni el deseo de esperar, me considero un reo cada noche, en presencia de su banquete final, en medio de esa última cena con sus seres queridos, con las palabras adecuadas para cada quien y brazos dispuestos para dar y recibir los abrazos que en cualquier otro día negaría.

Pero en mi celda, a mi lado no hay nadie y las palabras que intentan salir tienen su destinatario en el pasado sin dirección  o posibilidad de contacto, sin oportunidad de sentir  el roce o el calor, sin derecho a compañía, solo un alargue del letargo al quiero entregarme, esta pues es mi última cena y la repetiré cuantas veces sea necesario hasta que sea realmente la última, el día y las labores que realice solo serán parte de la etiqueta necesaria para mi última cena y mi deseo final.

German Andres Gomez Garcia                              Croido Shibumi
Lunes 6 de febrero del 2012 2:15pm